Su partida de nacimiento lo dice claro. Pero el mundo duda de si la increíble corredora es varón, fémina o hermafrodita. Fuimos a su pueblo para resolver el enigma de Semenya. «Mi niña...», llora su madre. Más de una vez la campeona, que vestía de chico en el colegio, ha amenazado con bajarse los pantalones para mostrar su sexo
CARMEN MORENO | MÓNICA TRAGALETE (Johanesburgo)
Caster Semenya, el nuevo y polémico hallazgo del atletismo mundial, camina por una gasolinera de Ciudad del Cabo. Busca el servicio de mujeres. Un empleado la sigue con la mirada. En una de las urbes más peligrosas del mundo, un dependiente siempre tiene que estar atento. Y más si se ve a un portento físico de 173 centímetros, repleto de músculos y rostro de boxeador que se dirige a un baño sólo para chicas. Le corta el paso. Está convencido de que es un hombre. La discusión empieza. Sin darle mayor importancia, Caster simplemente ríe y le dice: «¿Quieres que me baje los pantalones para que veas que soy una mujer?».
Este incidente lo ha querido recordar estos días su propio entrenador, Michael Seme. La sudafricana Semenya nunca lo ha tenido fácil. La campeona del mundo de 800 metros ha tenido que cargar con recelos de los demás toda su vida. ¿Es hombre? ¿Es mujer? ¿Es hermafrodita? Ella casi nunca ha querido entrar al trapo. Una de las cosas que remarcan sus amigos es que siempre ha mantenido la dignidad en esas comprometedoras situaciones. «Cuando las risas le dolían, siempre se lo guardaba para ella y nunca mostraba sus sentimientos», recuerda entristecida su abuela octogenaria.
Su familia, para probar la sexualidad de su pequeña, -y para «que la dejen en paz», como ha pedido su padre, Jacob-, ha puesto por delante su partida de nacimiento. El documento dice claramente que Caster vio la luz el 7 de enero de 1991 como una female (niña, en inglés). Fue criada junto a sus seis hermanos en una casa de techos de paja en Moletjie, un pequeño pueblo rural de la provincia de Limpopo. Le gustó desde siempre jugar al fútbol. Soñaba con formar parte algún día de las Bañana Bañana, la selección nacional femenina de Sudáfrica. Pero no había equipo de chicas en el pueblo y sólo podía desquitarse jugando con los niños, lo que en más de una ocasión le valió las burlas de sus compañeros.
«Una cosa es que le gustase el fútbol y otra muy distinta que sea un hombre», dice su madre, Dorcus Semenya, quien recuerda que Caster hacía sin rechistar las tareas de la casa -desde cocinar hasta ir a buscar agua al surtidor local-, aunque siempre estaba pensando en el balón. «Con ella todo era fútbol y más fútbol».
A su progenitora, toda esta parafernalia le suena a cuento chino. La madre de la atleta no se cansa de asegurar que su hija es una mujer. A ella, que la vio nacer y la crió, se lo van a decir. En las afueras de Polokwane, la capital de la provincia de Limpopo, donde la mujer asiste a clases para poder trabajar algún día como cuidadora de enfermos, lo deja bien claro: «La gente puede decir lo que quiera, pero la verdad es la que es, que mi niña es una chica, y quienes no lo aceptan es por celos».
Dorcus, quien tuvo que buscar un hotel con televisión satélite para poder ver a su hija corriendo en Alemania, invitó a quien dude de ella a «preguntar a los vecinos de nuestro pueblo, allí la conocen todos, cualquiera os contará que Mokgadi (como la llaman en la familia) es una chica. Lo saben porque me ayudaron a criarla».
Muestra una foto del álbum familiar en la que la joven, con el pelo un poco más largo que en la actualidad, posa junto a otras compañeras del instituto. Entre ellas, una de sus mejores amigas, Debra Morolongo, quien recordó que Mokgadi «ha sido siempre una chica y hacía todo lo que hacen las chicas. La gente no debería dejarse confundir por su voz ronca y su físico».
Dando un paseo por el pueblo se siente la indignación. «El problema es que tienen envidia porque ella es sudafricana y una negra», comenta una vecina a una de las cadenas de televisión que se acercan a recoger testimonios. Otra mujer da su versión: «Ella jugaba con mi niña. No tengo dudas, lleva bragas».
Phillip Ponyane Rammabi, una chica que jugaba con ella en el pueblo, cuenta que «en el campo de fútbol iba de siete y marcaba dos goles cada partido». Pero otra cosa la hacía destacar. Lo remarca la propia Phillip mientras pastorea el ganado: «Era rapidísima».
Esa cualidad hizo que, ya en el instituto, Semenya descubriera que su afición al deporte podía ir por otros derroteros y empezó a correr. «Le gustaba ir rápido y lejos», dice su primo Ernest Sekgala, de 16 años, al Beeld, un periódico publicado en afrikaans. Según afirma el rotativo, de estos años de instituto viene la profunda relación de la atleta con su abuela, Maphuti Sekgala.
Al recorrer su pueblo se ve que las infraestructuras educativas, al igual que otras tantas cosas, no son buenas en la Sudáfrica más rural. Por eso no es extraño que los niños tengan que trasladarse a otros lugares para poder cursar la educación secundaria. Es lo que hizo ella. Se fue a vivir con su abuela a Fairlie, una población mucho más cercana al instituto, a una casa en la que no había electricidad ni agua corriente y en la que unos cartones hacían las veces de cristal en las ventanas.
LOS PANTALONES
Allí pasó su adolescencia, años duros para cualquiera y más para una chica con aspecto masculino. En el instituto todos la recuerdan y sólo tienen buenas palabras para ella, aunque no niegan que la situación es extraña. Para los alumnos, la muchacha que hace tan sólo dos años era la compañera de pupitre y de la que más de una vez se mofaron por su porte varonil, es hoy una estrella mundial presente en todos los telediarios.
Eric Modiba, director del Colegio de Secundaria Nthema, donde Semenya estudiaba hasta el año pasado -ahora cursa Educación Física en la Universidad de Pretoria-, recalca que está «muy, muy orgulloso de ella», pero no tiene reparos en decir, entre risas, que al principio creyó que era un varón. Además, recuerda que solía jugar con los chicos y que siempre iba en pantalones.
Fue precisamente en el instituto donde sus profesores se dieron cuenta de su potencial para el atletismo y le permitieron comenzar a entrenar más que el resto de los alumnos. Hasta entonces, su vida había sido la de cualquier otra persona de su edad, pero pronto las cosas empezaron a cambiar.
En un reportaje de 2008, el periódico sudafricano The Sowetan la calificaba como un «diamante en bruto», una emergente corredora de media distancia procedente de Limpopo. Eso era todo lo que se sabía de ella. Acababa de ser seleccionada para representar a Sudáfrica en los Juegos Juveniles de la Com mon wealth, que se celebraron en India.
Cuajó una buena actuación, pero su despegue internacional llegó en el Campeonato Junior de África, celebrado en Mauricio a finales de julio, donde consiguió parar el reloj en 1:56.72, un tiempo increíble para los 800 metros tratándose de una corredora tan joven. Su objetivo en Berlín, era alcanzar una marca similar. «Si consigo hacerlo en 1:56 de nuevo y llego a la final estaré feliz», dijo en declaraciones a la prensa. Y llegó, ¡vaya si llegó!, y superó con creces su objetivo: nada menos que en casi dos segundos, en menos de un mes, y consiguió rebajar su marca y ser la campeona mundial.
Pero la celebración poco se pareció a aquella con la que tantas veces había soñado. A pesar de su fortaleza mental, a punto estuvo de no acudir a recoger la medalla, sabiendo que sería el centro de todas las miradas. Al final, decidió subir al último escalón del podio y sonreír a un estadio que, de nuevo, la recompensó con un cálido aplauso.
El que iba a ser el mejor día de su vida acabó en una pesadilla para Caster Semenya. Tanto que la joven, de tan sólo 18 años, no ha dicho ni una sola palabra desde que conquistó la medalla de oro y se puso en duda, una vez más, como en la gasolinera, su condición de mujer.
Tras la vuelta de honor, con la bandera sudafricana a las espaldas y entre los aplausos del público, comenzó su suplicio.
VELLUDA Y MUSCULOSA
Las sospechas habían empezado antes de la final y ella misma era consciente. Después de las rondas clasificatorias, Semenya llamó a su abuela de 80 años, Maphuthi Sekgala: «Creen que soy un hombre». Los rasgos faciales, el vello y la musculatura de Semenya dieron pie a las primeras insinuaciones sobre el asunto, pero fue la increíble progresión de sus marcas durante el último año lo que llevó a la Federación Internacional de Atletismo a tomar cartas en el asunto y exigir un test de género. Desde entonces -y sólo han pasado cuatro días- se ha escrito mucho sobre la posible existencia de un gen masculino y otras alteraciones biológicas de la corredora.
Esta semana recibía el apoyo de boca de una de sus jugadoras más admiradas, la goleadora de la selección nacional Noko Matlou, quien mostró su solidaridad con Semenya contando su propia historia. En 2007, minutos antes del partido contra Ghana en el que se jugaban la clasificación para las Olimpiadas, le preguntaron si era realmente una mujer. «No tuve problema en desvestirme y enseñarles lo que querían ver», dijo Malou, quien aconsejó a Caster que «ignore la ignorancia de los demás y siga con su vida».
Mientras toda Sudáfrica debate sobre si Caster es o no una mujer -con una clara tendencia a confiar en la chica, que se ha convertido en ídolo nacional-, en Berlín continúa en marcha el complejo proceso que dirá si Semenya es ella o él. Porque más allá de la evidencia de sus órganos sexuales, un equipo de expertos de diversas disciplinas tendrá que decidir sobre la identidad sexual de la corredora.
Entre las pruebas a las que será sometida se encuentra el llamado análisis SRY (Sex-determing Región Y), que permitiría descubrir si, debido a un problema genético, aunque su cuerpo haya desarrollado órganos sexuales de mujer, sus cromosomas son en realidad XY, es decir, los de un hombre. Lo peor de todo, sin duda, serán las dos o tres semanas de incertidumbre que deben transcurrir hasta que se conozcan los resultados.
¿HERMAFRODITA?
Si el veredicto fuera que Caster ha de ser considerada hombre, la muchacha perdería su medalla -incluso aunque no haya existido intención de engaño-, pero probablemente ése sería el menor de sus problemas. Lo verdaderamente terrible sería acostumbrarse a vivir como hombre después de toda una vida haciéndolo como mujer.
Se trata, pues, de un tema extremadamente sensible, que puede tener un mal final. Un caso similar, el de la corredora india Santhi Soundarajan, a la que se le quitó la medalla de plata en los 800 metros de los Juegos Asiáticos de Doha en 2006, tras un test de género, terminó con un intento de suicidio por parte de la atleta.
Hay una tercera posibilidad. Semenya podría ser hermafrodita. Así lo aseguran el diario alemán Bild y el suizo Blick. Afirman que fue un antiguo entrenador de la República Democrática Alemana -hoy en Sudáfrica- quien alteró los niveles de testosterona de la atleta con medicamentos. «Jamás debió competir como mujer», les asegura una fuente anónima. Sudáfrica, ante estas acusaciones, amenaza con quejarse ante la comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Sin embargo, todos los que la conocen coinciden en una cosa: Semenya es una chica fuerte que superará esta humillación, porque ya ha pasado por esto con anterioridad.
Si sale indemne, sólo tendrá que pensar en una carrera más que prometedora. Su progresión, siendo chica (e incluso chico) es portentosa. En Berlín logró 1:55.46, 11 segundos menos que un año antes, sacándole varios metros de distancia a sus perseguidoras (una de ellas, la española Mayte Martínez). En 1.500, su otra competición, ha mejorado su marca en ¡más de 25 segundos! La escapada continúa.
ATLETAS ESPAÑOLAS CON EL ESTIGMA «XY»
«Es una historia de hace muchos años y forma parte de un pasado definitivamente cerrado». Las palabras de la ex atleta española María José Martínez Patiño (Vigo, 1961) son contundentes, aunque muy a su pesar su caso ha vuelto a ponerse de actualidad. María es una de las tres deportistas españolas con cromosomas XY. La plusmarquista nacional descubrió que tenía la configuración genética de un hombre tras un control de feminidad rutinario en el verano de 1985, durante su participación en las olimpiadas universitarias de Kobe (Japón).
La Federación Española de Atletismo quiso ocultar su caso y pactó con ella una retirada oficial por lesión, siempre que ésta no volviera a competir. Pero la gallega saltó a la pista en enero de 1986, en Oviedo, y la Federación lanzó su historia a los medios. «Había que impedir que saliera en una prueba y no encontramos mejor solución que la de dar a conocer su caso, aunque nos resultara duro», dijo el entonces presidente del organismo, Juan Manuel de Hoz.
Durante dos años, María pasó un calvario deportivo: fue apartada de la selección y despojada de títulos y marcas. En 1988, la Federación rectificó y le permitió volver a competir. Veinticinco años más tarde, sigue unida a su pasión. Dirige el Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad de Vigo, donde es profesora, y también entrena a atletas juveniles.
Menos conocido es el caso de la jugadora de baloncesto Marisol Paíno (Valladolid, 1955). Sus geniales números allá por los 70 hicieron que la prensa cuestionara su feminidad. Paíno -que llegó a ganar cinco ligas con el Celta de Vigo-, fue apartada de la final del europeo por temor a los controles y, en 1982, abrumada, se pasó al salto de longitud.
Pero para historia sensacional la de María Torremadé, la atleta que era él. La misma España de posguerra de los 40 que disfrutaba cada vez que María (Barcelona, 1923) pulverizaba un crono tras otro en la pista de atletismo -marcó los 100 metros lisos en 12 segundos y los 200 en 27-, no advirtió que, en realidad, María era Jordi. Sus padres la criaron como una niña, pero nunca se sintió tal. Con 19 años acudió al Registro Civil a cambiar su nombre. Fue entonces cuando le arrebataron todos los récords que había logrado. «A medida que pasaban los años mi instinto me decía que yo era un hombre» decía un septuagenario Jordi en una entrevista a El Mundo Deportivo en 1982.
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