Monday, November 9, 2009

La voz de la ambigüedad

ELIZABETH VÁSQUEZ
Columnista

En las mejores óperas, los contratenores rivalizan con sus compañeras contraltos, y se disputan las mismas partituras. Capaces de alcanzar agudos “femeninos” con simultánea textura “masculina”, sus voces se sitúan en el peculiar registro fonético en el que los sexos se (con)funden. Excepcionalmente, en un mundo en que a los cuerpos de macho se les viste con el ropaje de “hombre” y se les enseña a hablar el lenguaje rígido de la masculinidad, los contratenores exploran la experiencia de la ambigüedad sexual, performática y musical, aunque sólo sea por el tiempo que dura un libreto.

Al salir de la ópera, regresan al mundo binario de los sexos diferenciados: cuerpos y voces que actúan y suenan de un modo u otro según su pertenencia, supuestamente inequívoca, a uno de dos sexos-géneros. A la cuenta, un libreto más. Pero la ópera es uno entre pocos escenarios occidentales clásicos en que la ambigüedad sexual no sólo no es castigada, sino que, incluso, ocupa el rango cultural de “la rara belleza”. Sin embargo, hay un hecho que es poco conocido: muchos contratenores son intersex.

Específicamente, son XXY: una realidad genética que se expresa en un canon corporal adulto con ciertos rasgos masculinos, como pene y estatura de varón; otros femeninos, como caderas, senos y rostro imberbe; y otros sui generis, como un ritmo de envejecimiento (envidiablemente) más lento que el “normal”. A este conjunto de características, la medicina lo denomina “síndrome de Klinefelter”. Y a la “X” que “sobra” -y que causa el “síndrome”- se la denomina “aberración cromosómica”.

Lo curioso es que la llamada “aberración” es precisamente la que dota a l@s intersex de su prodigiosa voz.El orden social norma una correspondencia perfecta entre el sexo, el género y el deseo: macho-hombre-masculino-heterosexual se atrae y se aparea con hembra-mujer-femenina-heterosexual. El hetero-patriarcado se asienta sobre la base material de unos cuerpos supuestamente estáticos, nítidamente definidos, sobre los que se instalan las prácticas del control sexual como “naturales” y “normales”.

Entonces llegan estos cuerpos disidentes, no alineados, y anticipan aún otras posibilidades “trans” en el género y en el deseo. Su ambigüedad desestabiliza el orden binario, y, por lo tanto, es preciso patologizarla, para luego corregirla a punta de bisturí y hormona. A muchos XXY se les administra testosterona en la adolescencia a fin de evitar el desarrollo de características sexuales femeninas y acentuar las masculinas.

En el proceso, se provoca el agravamiento de la voz; sí, esa voz del principio de esta historia. Finalmente, más vale “normal” que “fenomenal”, por mucho que pierda la ópera. Sin embargo, son demasiadas las existencias que quedan en el incómodo (no) lugar de la ambigüedad sexual. Tarde o temprano, su potencial emancipatorio encuentra otra voz –esta vez política- que articula su rechazo a la normalización y afirma la existencia diversa y la travesía infinita de la identidad como opciones éticas de la experiencia humana. En la voz de la ambigüedad, hay una rara belleza.

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