ÓPERA | Estreno contemporáneo
El Fausto excéntrico de Arrabal y Balada
- El Teatro Real presenta 'Faust-bal', una ópera que reinterpreta el viejo mito
Cuando se juntan dos adictos a la rareza como Leonardo Balada y Fernando Arrabal, se sabe de antemano que sus frutos van a acabar cuestionando el canon de lo bello, van a acabar siendo raros frutos. Los cantantes y los coros de su ópera conjunta 'Faust-bal' (en el Teatro Real hasta el 23 de febrero) hablan a andanadas, y los xilófonos y los vibráfonos acompañan toda la partitura de Balada son un hervor sísmico. Los personajes del libreto de Arrabal pontifican sobre absurdos.
Se trata de un estreno contemporáneo con dos figuras de nivel: el mito fáustico. En medio de ese panorama de lucha maniquea del Bien y el Mal disputándose el mundo, aparece Faust-bal (Ana Ibarra). El Fausto hecho mujer. Dios en lo alto, el demonio, Mefistófeles, entre los hombres.
El decorado de Joan Font, de Comediants, surge del suelo, de corte neoclásico, ruina desolada y limpia, con el cielo de fondo en llamas de azufre y esqueletos por sus pavimentos, puede recordar a cuadros de Paul Delvaux como 'La Venus dormida'. Y el cielo rojo, en guerra: "Qué encarnado se está poniendo el cielo", dice la protagonista.
No tarda en aparecer Margarito (Gerhard Siegel), el oficial guerrero con su hueste de muertos vivientes: "Gomorras de pavor sin azucenas. Pisando montes y trenes. Espumarajos de incendios y de trenes", cantan los coros. Fuegos fatuos y amenaza. "Nuestro gesto predilecto es el exterminio".
Los motivos surrealistas se van sucediendo los unos a los otros con su congénita dispersión. La acción está como ensartada por violentos chorros de luz de focos. Mefistófeles (Tómas Tómasson) intenta dar rienda suelta a los deseos de la criatura cuya salvación se disputa con Dios (Stefano Latorre), pero ésta no accede. Dice Faust-bal: "No me satisfago con menos que con todo". Margarito la acecha.
Lesbianismo reproductor
Y de pronto aparecen las fuerzas de lo puro, que son fuerzas eróticas, son amazonas. La líder (Cecilia Díaz) se une a Faust-bal en perfecto lesbianismo y de ahí surge un hijo. Las mujeres asumen el papel de lo natural, de lo pacífico, moradoras de la virtud. Y los hombres, calaveras, son el sacrilegio de su lujuria agresiva. Cuando combaten ellos contra ellas, los muchos bailarines sólo pluralizan y simbolizan el intento de violación de Margarito a Faust-bal, la pura.
El decorado de Joan Font, de Comediants, surge del suelo, con el cielo de fondo en llamas de azufre y esqueletos por sus pavimentos
Alas de hierro, toros y cielo en llamas. Los alaridos y las violaciones alegóricas. Mucho es alegórico en esta obra, donde el mundo y su esperanza (la misma Faust-bal) se disputa, donde un prefacio y un epílogo del creador cierran, con profusión de iconografía inverosímil. "La creación se mira en el espejo de tu bondad", le dice Dios a Faust-bal.
El hijo que engendra Faust-bal con la Amazona demuestra que su feminidad es autosuficiente como el mundo. El Juez (Fernando Latorre), que es un hombre de voz cavernosa, condena a Faust-bal: "Acusada de clonar, hermafrodita".
Una cerca se alarga desde el techo para hacer de la madre una cautiva, y pronto Margarito, pasional, atacará su virtud. En el epílogo se explicita excéntricamente la salvación de la heroína: "Soy mujer como Faust-bal", exclama el Dios barbudo de Arrabal, que se adscribe al feminismo universal.
'Faust-bal', de Leonardo Balada. Libreto: Fernando Arrabal. Escenografía: Joan Font. Reparto: Aba Ibarra, Cecilia Díaz, Gerhard Siegel, Tómas Tómasson, Stefano Palatchi y Fernando Latorre. Escenario: Teatro Real. Fechas: 13, 15, 17, 18, 20, 21, 22, 23 de febrero.
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